lunes, 5 de julio de 2010

Mamboreya


como a un fruto maduro y sazonado, pesa el destino las palabras. su cumplimiento es un misterio profundo que me obsesiona desde aquel día en que mi vida ya no fue igual. por un poder extraño la voz humana, agita las fibras invisibles que tejen el universo, y mas tarde o mas temprano, sea en su dicción primera, o en la sucesión incontable de sus ecos imperceptibles, ellas siempre logran actuar con eficacia notable aunque incomprendida. los que han matado y los que han maldecido, los que han jurado venganza y los que han mentido en perjuicio de un inocente saben, que en la infinidad de la noche, las palabras aguardan intranquilas sopesando el frágil balanceo del tiempo, que segundo a segundo, resiente y menoscaba la reseca rama de la cual pende el fruto del castigo.

era fin de mes, gastaba mis últimos pesos en un boleto a Parana. una rebaja de la desconocida empresa Sauce de Luna me tentaban a viajar. la estación era un chiquero de humedad y calor.

Recuerdo que partimos con alguna demora por causa de un imprevisto altercado entre una anciana de aspecto frágil y el conductor del bus. la anciana no pudo subir porque en su bolso llevaba un despreocupado gato negro, que cada tanto, sacaba la cabeza afuera y maullaba . estaba prohibido viajar con animales, y el reglamento era estricto.

mientras el bus se alejaba, creí ver que la anciana sonreia: era apenas una leve mueca que curvaba la mitad de su labio. sentí un escalofrío, esa era la risa del desden, la de la maldición silenciosa que sabe llamar pacientemente a los portales del tiempo.

salimos de la ciudad hacia el río, y viajamos por la isla. a ambos costados de la ruta, los bañados despedían a los patos y a las garzas. Caía la tarde y el cielo se reflejaba azul como en un espejo de plata.

la luna florecía en el agua y el paisaje se adornaba con destellos de nácar. el céfiro nocturno, mensajero de embrujos, liberaba a los seres de su encantamiento diurno y se llevaba lejos el silbido de las bandadas, con sus ecos acuaticos y distantes. a su soplo frío, las ondas mecian las formas, despertando sus almas dormidas y en lo alto, la luna secreta y vibrante, con corazón de madre, recogía en un abrazo profundo el habla oculta de todos los seres que preñaban de secretos sonidos el aire.

comenzamos a descender y entramos al túnel , a esa atmósfera artificial y amarilla: cuadricula infinita de azulejos verdes y de tubos fluorescentes. el efecto hipnótico que produce la repetición de las formas, me venció, y quede dormido.

desperté sobresaltado, y mire por la ventanilla: el paisaje se había esfumado y en lugar del río yacía un abismo; una noche impenetrable cubría todo.

por la ventanilla ví acercarse un cartel con el nombre de un pueblo desconocido: Mamboreya. Seguramente ya habíamos pasado por la ciudad cuando me habia quedado dormido. decidi bajarme.

el bus se alejo y su luz roja se fue apagando como una pequeña brasa fria. fue lo ultimo que vi, luego una completa ceguera cubrió todo, y no hubo mas día ni noche, luna ni estrellas.

regrese en dirección del cartel.

hasta donde llegaba la luz del fósforo, pude ver que todo era arena, arena, arena, y mas arena. uno a uno fui gastando los fósforos, hasta que con el ultimo, llegue a ver el cartel que en letras blancas decía

Mamboreya: desierto de 40 noches y 40 días


junto a los fósforos, una a una tambien, fui perdiendo todas mis capacidades; aun cerrando mis ojos, mi alma en sombras, era incapaz de llamar el mas mínimo de los recuerdos. la capacidad de imaginar , junto al dormir y los sueños, se habian ido.

desde entonces, he perdido la cuenta del tiempo, y paso las horas sin medida en este infinito presente que es el ultimo, el mas abismal y lejano de todos los mundos, Mamboreya: el mundo sin alma.