domingo, 19 de septiembre de 2010

conociendo a los Fravashis


Nadie es capaz de proyectar su vida, sino, mínimamente. Se proyectan los detalles, donde pondré la silla, donde pondré mi pie; pero la mayor parte del acontecer está librado a algo más, que se nos escapa, por inasible, por inconsciente, por incomodante, por amenazador, por atemorizante; por lo que sea.

En vías de simplificarlo todo, los modernos, confiamos, digamos, el 98% de nuestra vida a lo que conceptualizamos como rutina, admitiendo que se mezcle en ella, alguna pequeña invasión del azar. Montados sobre los rieles de esa rutina, viajamos mas o menos tranquilamente, entregados, mirando como por una ventanilla, los caminos que se nos aparecen, y los atajos que bifurcan el discurrir de nuestro acontecer.

Pero es difícil creer que ese simple y llano suceder sea todo lo que es el caso. La conciencia mínima de ese vacío cósmico, cósmico armonizador, es causa de angustias y desasosiego. No parece haber nada allí, solo un gran vacío rodeando todo ese devenir inexplicable; ninguna otra cosa, mas que una ciega necedad que lo gobierna todo.

Eso que duramente llamamos destino, y que fuimos deformando hasta el grado de volverlo negativo, quizás en otro tiempo, fue expresión de algo mas penetrante, mas santo, mas venerable, mas esencial y divino. Tal vez exista un algo que secretamente nos asiste, como la mano invisible que curva el zarcillo del sarmiento, y extiende las guías que delimitan el curso futuro de ramas y racimos. Pero quien esta dispuesto a admitirlo?

Existieron culturas, y existen, que intuyeron este enorme hueco, este enorme vacío que sostiene e inunda la vida, y creyeron percibir en el, la presencia de un misterioso ángel. No es justo ser tan frívolos, al punto de pensar que un ángel sea solo eso que aparece en algún cuadro renacentista, con plumas y alas. No todo lo que es diferente de cuanto conocemos y pensamos, tiene el destino irremediable de ser algo sencillo y estúpido (por el contrario, la experiencia dictamina sabiamente, que casi siempre es al revés).

Eugeni D’ors, nos recuerda que los antiguos persas visionaron a los secretos Fravashis, encargados de esbozar la fluida senda de los días, y de guiar invisiblemente el caer del agua en las cascadas, de dibujar las huellas ocultas del pájaro en el aire, y el impredecible ir y venir de la hormiga que se encuentra perdida; entramados en las fibras mismas del existir, ellos guían, invisible y secretamente, cada átomo, y cada ser de este mundo.