
Un poeta amilanado,
decaído y melancólico,
que encendía de tristeza las penumbras,
y ahondaba las calles con su sombra,
en su loco caminar pudo ver
que los incontables alfabetos,
y las lenguas del mundo,
ocultaban uno y el mismo signo,
esa marca en el orillo
que en algunos es la muestra plena
del desasosiego perenne y mudo,
que señala al no mundo,
que es por igual del persa,
del griego y del turco,
del chino budista y del indio,
del judío perseguido y del musulmán.
a la vez nostálgico
a la vez pesimista,
como dos brazos cansados
los dibujo el poeta, (con rara alegría)
en dos alas caídas,
como signos invisibles,
de las puertas del misterio
y del camino del inicio.
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